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domingo, 8 de abril de 2012

Franciendo la mar


Baja la presión en el barómetro. El cielo cubierto, pesado y opaco. La mar gris, como si fuese de plomo. Aún es de día pero reinan sombras y luces mortecinas que apagan los colores. Todo adquiere un tono apagado, como en una película de los años 20. La brisa refresca, incrementando su intensidad. Aquí y allí la blancura de los borreguillos surge de entre las olas como las setas en los húmedos días de otoño.

El marino lo teme por su fuerza y su poder, lo admira por su belleza y bravura. Asunto extraño para el hombre de tierra, incapaz de relacionarlo más allá de alguna historia narrada en un libro o en una película de aventuras.

Allá va la nave:
¿quién sabe do va?
¡Ay!, ¡triste el que fía
del viento y la mar!

La mar tiene nombre de mujer, porque es impredecible, traicionera y temible en su cólera. O eso cuentan al menos los hombres de mar.

El viento crece en intensidad, blancos rabiones de espuma cubren la mar. Las olas se suceden sin descanso aumentando en su tamaño, convirtiéndose en pequeñas montañas de agua oscura. La galerna ya está aquí.


Cubierto de sombríos nubarrones
un cielo en lontananza divisó,
y un canto singular de maldiciones
en sus bóvedas altas retumbó.
Rasgaban al pasar esas canciones
el alma del que triste las oyó;
¡por eso el pecho en su dolor profundo
sintió cubierto de aspereza el mundo!

El barco, con toda su mole de acero y sus kilowatios de motor, se ve pequeño ante tanta fuerza desatada. Navega dando tumbos, golpeando las olas con su proa, clavando la proa en los senos y luchando por remontar, una vez más, la siguiente ola. La mar barre la cubierta, la inunda y la oculta de la vista bajo un manto de espuma de blanco puro, inmaculado. Los rociones ocultan el horizonte y sumergiéndonos en un cerrazón de salitre atomizado. Belleza salvaje que encoge el corazón y retuerce el estómago, pero agranda el espíritu. Somos pequeños y frágiles pero luchamos contra ti. Casi siempre ganamos. Nos va la vida en ello.


¿Qué será de la barca desamparada,
qu´ente´l ferver d´esplumes y de salmoria,
tumba, xareya, esnidia y amoria
y cuerre ensin cuenta a caballu,
nes rabies de la turmenta?
¿Y qué de los qu´engüelve tal nuechi escura
sin ver nin mar nin cielu,
mas que negrura
pa uculta-yos la barca del puertu,
onde´l corazón los llama a tóus,
d´amores y´a muertu?

El barco sigue navegando, trabajosamente, con parsimonia, intentando mantener su rumbo entre los múltiples vaivenes a los que se ve sometido contra su voluntad.


Boguemos, boguemos,
la barca empujad,
que rompa las nubes,
que rompa las nieblas,
los aires las llamas,
las densas tinieblas,
las olas del mar.
Boguemos, crucemos
del mundo el confín;
que hoy su triste cárcel quiebran
libres los diablos en fin,
y con música y estruendo
los condenados celebran,
juntos cantando y bebiendo,
un diabólico festín.

Negros nubarrones de nubes bajas descargan sus diluvios concentrados barriendo las cubiertas del salitre, dándole un respiro al hierro y a la pintura. Cae la noche por momentos, hasta que escampa. Pero viento y mar siguen en su porfía.

Cuanto dura. Difícil de decir. Horas. Días quizás. Hasta que, poco a poco, como en el lento final de un vals, el viento va cesando en su empeño, se va apagando, y la mar se tranquiliza. Desaparecen los rociones. La espuma en lo profundo del mar. Las olas se espacían y se vuelven remolonas, tendidas y perezosas. Sin rabia. El cielo aclara por momentos, y poco a poco, un color azul violaceo reconquista la superficie del mar.

Y así seguiremos una y otra vez, cubriendo nuestro camino, lamiéndonos las heridas de nuestro maltrecho cuerpo, marino y barco en binomio eterno, recobrando fuerzas, hasta el siguiente encuentro.


P.S.- Gracies poles pallabres emprestaes a José de Espronceda, Rosalía de Castro y Pín de Pría.