Guetar n'esti blogue

domingo, 29 de julio de 2012

Caminando por el monte de La Trecha


     Tiempo hacía que venía yo dándole vueltas a la idea de recorrer un pequeño monte del concejo de Les Regueres colindante con el de Uviéu. La Trecha. Si todo dependiera de sí mismo, de sus particularidades, de su riqueza vegetal o de su altiva orografía, nunca jamás habría dedicado una jornada a recorrerlo de arriba abajo varias veces. Por si solo no es más que uno de los innumerables montes que pueblan Asturies, de escasa altitud (317 m), con algunos terrenos de pasto y en buena medida cubierto por plantaciones de eucaliptos. Sin embargo, un hecho sucedió hace muchas décadas atrás que ligaría este monte a mi historia personal y a la propia de esta tierra asturiana. Durante meses, en plena guerra civil, La Trecha sería uno de los puntos más calientes en el frente asturiano, con ataques por uno y otro bando por su posesión, terminando en finalmente bajo el control parcial de ambos, la parte norte en manos del Ejército Popular y la sur en manos de las fuerzas franquistas, con las primeras líneas de ambos contendientes situadas muy cerca unas de otras. Pero el motivo que hace que esta loma tenga un valor especial que la diferencia de otros puntos calientes es que en ella, en 1937, estuvo desplegado el batallón 263 o Marinos, de cuya 3ª compañía formaba parte el soldado Corsino González Costales. Corsino era mi abuelo.

     Después de dejar el coche en el pueblo de Tamargu, en el que aún se ven viviendas en ruina desde los combates, me adentré en la primera caleya que ascendía monte arriba. No conocía la ubicación de las posiciones pero no creo que tardase en dar con ellas y, efectivamente, poco tiempo necesité para ver los primeros indicios. La caleya que ascendía poco tardó en convertirse en un sendero medio cegado por la vegetación. Día de sol esplendoroso y calor pegajoso en el que bucear entre les feleches, cotolles y escayos. Afortunadamente de vez en cuando se podían encontrar las pistas que acostumbran a abrir los jabalíes en sus correrías montunas y que facilitaban enormemente la progresión.

Caleya y trinchera para subir a La Trecha
      Desde casi el mismo momento de internarme en el monte me llamó la atención que el camino iba acompañado de parapeto, algo nada extraño en nuestros montes, pero daba la impresión que este estaba excavado más de lo necesario, lo que me llevaba a considerar que, o bien era una pista abierta aprovechando una línea de trinchera o bien lo contrario, que la línea se hubiera hecho fortificando los parapetos de los caminos que servirían también de cierre o linde de las parcelas.

     El desconocimiento a veces te da una libertad de movimientos que en caso contrario no tendrías. Al no saber realmente qué iba a ver y dónde estaba, cada sitio, cada lugar, era para mí un punto del mayor interés. Como no tenía destino al que llegar no tenía un camino concreto que seguir. Siguiendo la ascensión, saliéndome del camino, podía dedicarme también a observar el mero entorno. Los eucaliptos que tanto destacan desde la carretera y la parte baja del monte de repente comenzaban a hacerse menos frecuentes, ocupando su puesto, principalmente, jóvenes ejemplares de robles y castaños en flor, con una lozanía que sorprende a las puertas de agosto, pero que visto este verano que aún no ha sido no tiene nada de extraño.

Castaños en flor a la vera de un prado en la ladera N de La Trecha
      Viendo los primeros tramos de trinchera llegué a una zona en la parte alta, en la vertiente que mira hacia Oviedo donde me esperaba una fantástica sorpresa. Medio escondido entre la maleza, con parte de él formando el arcén de una pista forestal, un nido de ametralladoras semidestruído, con el techo  volado, el interior del tambor encofrado de ladrillo y, enterrado pero aún visible, el hormigón que lo rodea. Me alegró encontrarlo, especialmente porque en esa zona la densidad de la vegetación podría esconder cualquier cosa a un metro de distancia. De hecho, de no ser por hallarse a pie de pista es más que probable que no lo hubiera visto.

Parte visible del nido de ametralladoras. Semicubierto de tierra se aprecia la parte hormigonada.

     Pocos metros más abajo, gracias a que habían estado realizando trabajo los madereros por allí, me encontré con una zona de parapetos y trincheras muy guapa que se perdía en el bosque en todas direcciones. Los parapetos, en buen estado en muchos puntos, se alzaban más de un metro sobre el suelo, y entre sus piedras cubiertas de verdín, o entre la ramasca de los eucaliptos cortados aparecían muchos pedazos de metralla, restos de obuses, alguno casquillos, un pedazo de bomba de aviación. Un sector caliente sin duda, y por la ubicación, en el sector republicano.
Me dejé llevar. No tenía prisa.

Parapetos republicanos
Líneas republicanas

     Caminando siguiendo las líneas que iban y venían iban apareciendo, ocultos entre la maleza, seguían apareciendo posiciones. Pozos de tirador, muchos parapetos, más metralla. Y todo ello bajo un paisaje en el que el roble y, en mayor medida el castaño, eran los reyes.  En este deambular me topé con otra posición muy curiosa, un nido de ametralladoras de tierra, con una forma perfectamente circular y las paredes de tierra muy bien marcadas. Un agujero de buen tamaño por su interior apuntaba a la presencia de buscadores con detectores de metales (lo cierto es que la profusión de agujeros indica a las claras que este sector es uno de los preferidos de los buscadores).

Emplazamiento para arma automática de tierra

      Dejando atrás esta zona de trincheras, adentrándome en una nueva zona de arbolado autóctono, encontré el mismo tipo de parapetos, sólo que estos apuntaban en dirección opuesta a las líneas. Este sector tenía trincheras de acceso al parapeto muy estrechas pero muy bien marcadas en el terreno. Además en algunos puntos se veían pequeñas eses en la línea, supongo que para dejarlas menos expuestas a ataques de flanco, pero sin llegar a ver los zigzags tan marcados de otros lugares. Para entonces, tras andar siguiendo trincheras monte abajo y sin ninguna referencia visual más allá de los árboles, ya no podía situarme con claridad, por lo que desconozco si estos parapetos eran republicanos o franquistas. Lo cierto es que en este sector las líneas se separaban en algunos puntos por escasos metros, y de ahí a una de las pocas historias que me han llegado de mi abuelo y que ocurrió en aquel monte:

Parapetos y trincheras entre la hojarasca

     Aquello sucedió un día tranquilo en ese sector del frente. Las fuerzas de uno y otro bando ocupaban sus líneas, separadas por escasos metros de tierra revuelta, vegetación quemada y metralla. No era momento de grandes asaltos, pero el fuego de artillería, los bombardeos de la aviación y el tiroteo formaban parte de la rutina diaria. Las tropas se hostigaban mutuamente a fin de mantener a su oponente clavado en sus posiciones.

     En un momento que la intensidad del fuego había descendido, detrás de su parapeto, un soldado nacional se puso a cantar. La distancia era lo suficientemente corta para que la voz llegara nítida a los parapetos republicanos. Quizás fuese una canción de exaltación patriótica, quizás un canto popular. Entre los hombres de la 3ª compañía del Batallón de Infantería 263 del Ejército Popular de la República rápidamente tomo forma una idea.  

-                                -  ¡Corso! Ciérrales la boca a esos facciosos.

     Corsino sabía cantar, le gustaba y lo hacía muy bien. Desde su puesto tras el parapeto esperó, y cuando el otro acabó tomó aire y comenzó su turno. En medio del frente se entabló un duelo a voces. Tonadas asturianas, canciones políticas, éxitos de la copla. Todo valía. Cada canción iba acompañada por los jaleos de los unos y los abucheos de los otros. El fuego fue cesando a lo largo de las posiciones y en un momento dado ya sólo se oían las voces que salían de las trincheras. Nadie sabe cuánto duró, ni siquiera si hubo ganador. Un obús de artillería, disparado desde un punto más lejano, ajeno a cuanto allí ocurría en ese momento, puso fin a esa corta guerra de mentira que no dejó ni muertos ni heridos. El sonido del paqueo volvió a hacerse omnipresente. El estallido de una granada o alguna ráfaga de ametralladora devolvió la odiosa normalidad a aquel frente de La Trecha.

Restos de la batalla

     Siguiendo mi deambular entre la vegetación, ese mixto de eucaliptos y bosque atlántico, atrás fueron quedando las trincheras. Ante mi de nuevo algún prado de pasto, y las primeras caserías de Les Mariñes, al norte del monte. La altura del Sol llevaba ya varias horas bajando, aunque aún quedaba día por delante. Volví dando un rodeo por la base del monte hacia la localidad de Tamargu, donde había dejado el coche. Volvía manchado de tierra, cubierto de sudor, con brazos y cara escayados, pero contento y satisfecho, aún consciente de que esta sólo era la primera, que vendrán más salidas, que lo visto y encontrado no es sino una parte de lo que realmente oculta la montaña bajo su densa vegetación.


     Contento y satisfecho por haber puesto algún ladrillo más en los maltrechos muros que conforman el recuerdo de la historia vivida por mis antepasados en aquellos tiempos tan difíciles, tan crueles con ellos.

Fotografía aérea con algunos de los emplazamientos descritos.

3 comentarios:

  1. Un hermano de mi abuelo falleció en el Escamplero. Como siempre un buen post.

    ResponderEliminar
  2. Hermoso post que muy bien se lo podías dedicar a la memoria de tu abuelo ya que seguro que en algún momento anduviste por los mismos sitios que el. Seguro que algún día me dá por adentrame por esos caminos y ver de descubrir eses trincheres.
    Un saludo collaciu

    ResponderEliminar
  3. Gracias a ambos por los comentarios. Yo también dejé un bisabuelo en El Escampleru, como tantos asturianos. Hubo allí dos batallas principales, en octubre del 36 y febrero del 37, pero ese frente fue de los más activos durante toda la guerra en Asturies, con pequeños asaltos y golpes de mano y mucha guerra de trincheras. Llevo un tiempo intentando recuperar la historia de varios antepasados que se vieron envueltos en aquella guerra, de los cuales al menos 4 quedaron por el camino.

    ResponderEliminar