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domingo, 18 de noviembre de 2012

El chofer de "El Caleyu"

     El cielo encapotado amenazaba con soltar su carga de orbayu sobre los tejados de la villa de Avilés. Desde el balcón del Ayuntamiento las más altas autoridades del Consejo Soberano escudriñaban las alturas, unos buscando indicios de lluvia que udiera deslucirel desfile previsto y otros temerosos de que hiciese acto de presencia la temida aviación fascista, reina absoluta de los cielos ante la cual nada podían hacer los escasos aparatos que aún servían bajo la enseña tricolor. Multitud de vecinos ocupaban los soportales esperando ver el pasar de los milicianos, los heroes del frente oriental, que tan encarnizadamente resistieron las embestidas de las brigadas navarras, los regulares y la legión Condor. Las brigadas de Carrocera y Manolín Alvarez.

     Desde el Ayuntamiento, engalanado con banderas tricolores, Belarmino Tomás, escoltado por los principales mandos militares del Ejército Popular de Asturias, Prada, Galán, Ibarrola y Ciutat observaba el paso de las primeras unidades. La población, observaba el desfilar con paso firmes de aquellos hombres que, en el último mes, habían disputado monte a monte todo el oriente asturiano. Los mismos milicianos que defendieron Covadonga hasta el final. Hombres jóvenes en su mayoría, curtidos por el trabajo y más de un año de guerra. Soldados que aprendieron a luchar desde las mismas trincheras. Era un orgullo verlos desfilar, pero a nadie se le escapaba que, día tras día, en Avance se hablaba de rectificaciones de líneas, pérdidas de poblaciones, ataques nocturnos y retiradas que le costaban numerosísimas bajas al enemigo pero retiradas al fin y al cabo. Ya nadie creía que el frente asturiano resistiera. La aviación de la Cruz de San Andrés era dueña del cielo y en la mar, acechando los puertos se veían los buques de guerra nacionales navegando sin oposición. Bilbao, Santander. Estaban sólos y Madrid quedaba muy lejos. Todo era cuestión de tiempo.

     Algunas de las unidades que desfilaban no habían tomado parte activa en los combates del oriente. Ocupadas en funciones de retaguardia o retenidas en el cerco a Oviedo habían pasado la mayor parte del último año inmersas en una guerra de trincheras sólo rota por ocasionales ofensivas mal planificadas y mal ejecutadas que no servían para otra cosa que consumir los escasos recursos y castigar los maltrechos batallones sin obtener a cambio mayores beneficios estratégicos que algún pequeño monte o loma a la que trasladar nuevas trincheras. Entre estas unidades figuraban los blindados del batallón de Carros de Asalto. Uno de ellos, un "tiznao", un extraño artefacto de acero montado sobre el chasis de un camión fruto de la imaginación de los trabajadores de algún taller, de nombre Avelino Alonso "el Caleyu". A bordo, entre su numerosa dotación, Manuel González Costales conducía el blindado por las calles abarrotadas de civiles y milicianos, acostumbrado ya, tras muchos meses de práctica, a su 'especial' maniobrabilidad. 
Dotación del blindado "El Caleyu". Manuel González Costales es el 2º por la derecha

     Agobiados por el calor y la humedad que se condensaba dentro, se mantenían abiertas todas las puertas y troneras. A través de ellas, con sus ojos buscaba entre las filas de soldados homenajeados a uno de sus hermanos menores, Corsino, un sargento del batallón 237 "Piloña" de la brigada de Manolín Alvarez. Suponía que el también lo buscaría con la mirada cuando se cruzaran.

     A la vista de los miliciano recordó Manuel el mes de Julio del pasado año cuando, tras llegar las noticias del alzamiento del Ejército de Africa, siguiendo las consignas de la C.N.T. en la que llevaba años militando, se presentó voluntario para tomar parte en la toma de los cuarteles gijoneses. Apenas habían pasado dos días cuando ya estaba encuadrado entre las milicias que, desorganizadas y con más entusiasmo que medios, mantenían asediados a las tropas sublevadas de los cuarteles del Coto y de Simancas. Fueron días duros, en los que se combatía siguiendo más la propia iniciativa que obedeciendo a un esfuerzo común. Recordaba los bombardeos casi diarios del Cervera, el "chulo del Cantábrico" que, sin apenas oposición, bombardeaba Gijón en defensa de los sitiados.

     Recordaba aquellos días en los que la fé en el triumfo era imparable. Cayó el Coto, cayó Simancas. Oviedo costaría más pero estaba al alcance de la mano. Chofer de profesión no tardó en encontrarse al volante de los primeros camiones blindados, encuadrado en la 1ª Cía 1ª Sección del Batallón de Carros de Asalto. Trastos apresuradamente recubiertos de planchas que se untaban de grasa para que las balas resbalasen. Al principio parecían funcionar pero en cuanto la artillería entró en juego pronto fueron presa fácil. No estaban diseñados para el combate, no podían combatir contra posiciones a campo través. Pronto quedaron relegados a unidades de apoyo a la infantería, con una función más de apoyo moral que de soporte efectivo del esfuerzo bélico. Nada que ver con los blindados rusos que llegaron más tarde. Nada que ver con los blindados que tenía el enemigo. También es verdad que nadie sabía como emplearlos. Se desperdigaron por todos los sectores del frente en torno a Oviedo sin llegar nunca a combatir en conjunto, pero eso no era cosa suya, el sólamente era el chofer.

El "Casimiro Velasco" destruido durante la ofensiva contra Oviedo de Noviembre del 36

     Se acordó de aquel otro blindado en el que sirvió, el "Fantasma", un trasto más grande y vulnerable aún que tenía serios problemas para  maniobrar por las estrechas carreteras asturianas. Un a mole de acero que imponía al profano pero que no inquietaba lo más mínimo a un enemigo bien atrincherado y bien armado.
Blindado "Fantasma"

     Las tropas de milicianos seguían desfilando ante el ayuntamiento. Se escuchaban aplausos, vítores, vivas al ejército del pueblo y muerte al fascismo. Seguía sin ver a su hermano entre la multitud.

     Firmemente comprometido con la causa libertaria se acordó de aquel Congreso Nacional de la C.N.T. en Zaragoza, en 1935. Eran más de 10000 delegados. Se acordaba como su hermano, Corsino, le acompañó. Hacía poco que se había afiliado pero ya había conseguido ser elegido como delegado por Gijón de los obreros de su gremio. La República se encontraba en momentos difíciles, con la derecha en el poder intentando sabotear desde dentro el propio sistema. Aún sangraban las heridas del 34 pero en pocos meses habría nuevas lecciones y, agrupadas bajo el Frente Popular, las organizaciones progresistas esperaban recuperar el control del gobierno. No eran tiempos fáciles. Estos tampoco. Ninguno lo fue, como tampoco cuando, aislados del resto de la España Republicana, acudió al Congreso de la C.N.T. para los territorios de Asturias, León y Palencia. Ya por entonces lo fué como delegado del Batallón de Carros de Asalto. Era de los más veteranos de la unidad aunque apenas sobrepasase los 30 años, pero no debía su elección simplemente a la edad. De pequeña estatura aunque fornido, destacaba por su conciencia de clase y su adhesión a los principios libertarios.

     De repente, entre el barullo de la muchedumbre se oyó una explosión. Los civiles comenzaron a correr. Los milicianos tomaron sus armas. El desconcierto se adueñó de todos los presentes. En el ayuntamiento, el Presidente del Consejo Soberano, Belarmino Tomás, sacó su revolver y amenazando al aire comenzó a soltar amenazas. Entre las voces disonantes de la mayoría se le oyó despotricar contra los enemigos del pueblo emboscados, a los cuales no dudaría en castigar. Lo siguiente que se escuchó fue un ruido, familiar, un disparo. Los civiles seguían corriendo en busca de refugio, mezclados con los milicianos. Otro ruido, otro disparo. Después el caos. Los milicianos, con sus armas comenzaron a a brir fuego. En todas partes se veía francotiradores apostados. Los facciosos que durante meses habían vivido escondidos salían detras de cada esquina, detrás de cada ventana, y abrían fuego contra los valerosos hombres que lucharon en las Peñamelleras.
Periódico que recoge la noticia del desfile sin hacer mención al incidente

     No se sabe cuanto duró el combate. Cuando comenzó a reestablecerse el orden muchos cuerpos yacían tendidos por las calles. Algunos eran civiles, otros combatientes. Desde su blindado, con las puertas abiertas, Manuel observaba como se iba acabando todo, como se desintegraba la retaguardia. Un calor húmedo corría por su cuerpo. Era sangre. La suya. Por la herida de la bala amiga le salía la sangre a borbotones y con ella se le iba la vida. No había podido ver a su hermano. Sabía que ya no lo vería. Ni a él, ni a su mujer y su hijo que luchaban la guerra del día a día en Gijón. Aquel 4 de octubre de 1937, para Manuel González Costales, el chofer de "El Caleyu", acabaría la guerra.

Otra imagen del "Caleyu" sin Manuel González Costales
P.S.- No hubo francotirador, no hubo quintacolumnista emboscado. Sólo miedo y nervios a flor de piel. Y una granada poco firme en el correaje de un soldado durante el desfile. Un accidente. La histeria hizo el resto.

3 comentarios:

  1. Triste pero emotiva historia.

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  2. Y si alguien quiere ver una traducción al gallego...

    http://vl412.dinaserver.com/hosting/memoriadacoruna.com/index.php/component/content/article/108-artigos/6165-asturtsalia-blogspot

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